Nuestra Palabra: Editorial Nº 4

Prácticamente desde sus orígenes, nuestra institución ha venido sorteando, con mejor o peor suerte, el difícil camino que se le presenta a toda organización sin fines de lucro, que desarrolla sus actividades en el marco de una sociedad, donde justamente, el éxito o el fracaso (institucional o personal), son medidos, casi exclusivamente, por los resultados económicos obtenidos.

Resulta difícil, por no decir imposible para la mayoría de las personas, separar estos conceptos profundamente arraigados en el subconsciente.

Una sociedad de consumo, potenciada hasta el paroxismo por la publicidad emitida, controlada y manipulada por los medios masivos de comunicación, han creado una “cultura del consumo” que tácitamente establece, que quienes tienen acceso a ciertos servicios y productos son “exitosos” y quienes no lo tienen … lisa y llanamente: no existen. Permitiendo, contra toda norma legal vigente en la materia, el ejercicio fáctico, de la más cruel de las prácticas discriminatorias.

Casi cualquier otro logro, colectivo o individual, resulta eclipsado cuando nuestras mentes comienzan a funcionar con esta lógica, cuya masiva imposición se remonta a los tiempos de la revolución industrial, desplazando a los demás valores sociales, con la fuerza de un Tsunami. Es entonces cuando dejan de existir o pierden relevancia, valores como la integridad, el compromiso, el conocimiento, la valentía, la solidaridad, la sinceridad y tantos otros que hemos ido olvidando, a fuerza de no verlos, ni practicarlos.

¿Cómo explicarle a un niño, que no todo pasa por el dinero? ¿Cómo educar a ese mismo niño, en valores sociales trascendentales, de los que carecemos de ejemplos desde hace siglos? … Las respuestas a estos interrogantes sin duda tardarán en llegar, pero mientras tanto, no podemos permanecer con los brazos cruzados… al menos, no debemos.

Mucho se habla hoy en día del incremento de la inseguridad y la violencia, ésta realidad ha sido objeto de todo tipo de análisis… llegándose también, a todo tipo de conclusiones. Sin embargo existe una conclusión obvia que casi nunca se menciona y ésta es, que el resultado de cualquier frustración, en el mundo humano y animal, degenera inexorablemente en alguna forma de violencia.

Lo podemos apreciar en la “rabieta” de un niño, cuando no puede o no sabe como resolver una determinada situación, en el golpe en la mesa o la elevación del tono de voz, que nos nace de la incapacidad de persuadir con mejores argumentos.

Lo podemos apreciar hasta en el golpe o sacudida que irracionalmente le prodigamos a cualquier artefacto electrónico, cuando éste se “niega” a funcionar y complacernos.

Siempre la frustración deriva en violencia. Violencia que puede canalizarse hacia afuera o hacia adentro, que puede ser pequeña o grande, proporcionada o desproporcionada, doméstica o pública, pero violencia al fin.

Son innumerables los ejemplos que nos demuestran que la frustración siempre termina en violencia, en una escala y magnitud, directamente proporcionales una de la otra.

Resulta fácil inferir entonces, que una sociedad cada vez más violenta, es, necesariamente, una sociedad cada vez más frustrada.

Y las frustraciones, origen de la violencia, no se extinguirán hasta que los ideales individuales, comunitarios y sociales no se reencaucen hacia metas alcanzables para la mayoría, hasta que los valores que establecen esos ideales o modelos dejen de pertenecer a una minoría y pasen a ser un patrimonio de todos.

Pero mientras el objetivo y el modelo a seguir, estén signados casi exclusivamente, por los valores materiales… vamos mal.

Porque obviamente, no todos podemos ser ricos, así como no todos podemos ser inteligentes, ni simpáticos, ni valientes, ni lindos, ni altos… pero seguramente todos y cada uno de nosotros, tenemos algo que el resto de la sociedad debe comenzar a valorar.

Una sociedad sana es aquella que no produce delincuentes, no aquella que tiene la mejor policía. Ellos, los policías, debieran ser el último escalón defensivo y no el primero que tiene la sociedad. No dejemos de ver, que cuando ellos intervienen, es porque todos nosotros, hemos fallado.

El reconocimiento de los valores del otro es la base del respeto y el respeto mutuo es la base de la paz social. Esa paz social que sólo puede construirse sobre la justicia homónima y que en definitiva, contribuirá a establecer comunidades más felices y seguras para todos.

Mientras tanto, todos y cada uno de los argentinos deberíamos propiciar una severa autocrítica, tendiente a modificar actitudes excluyentes y egoístas, incrementar nuestro compromiso y profundizar nuestra participación en aquellas áreas que nos competen y afectan a todos.

Recuperar la paz social y con ella nuestra seguridad es una tarea que debemos realizar entre todos. Es una batalla que debemos librar con las ideas y los libros como armas y con filósofos y maestros como estrategas. La sociedad contemporánea está dando un peligroso giro hacia la autodestrucción y eso es algo demasiado serio como para resignar el debate y delegar nuestra responsabilidad en las manos de unos pocos funcionarios.

Guillermo Meana / Secretario BPCD


Editorial Nº 4