Hace 20 años, una suma de descubrimientos y avances tecnológicos, confluían en el tiempo dando lugar al advenimiento de la Internet. Un proyecto militar, impulsado por el Ministerio de Defensa de los EE.UU. y ejecutado en articulación con algunas universidades de ese país se fue popularizando hasta alcanzar los niveles de penetración mundial que hoy fácilmente podemos reconocerle.

En sus orígenes, esta mega red fue concebida para la interconexión de computadoras remotas que “hablaban” un mismo “protocolo” o “idioma”, el hoy famoso: TCP/IP. Los volúmenes de intercambio de información entre los pocos “nodos” que existían eran increíblemente pequeños y el 100% del tráfico estaba representado por textos específicos y muy breves.

Con el tiempo, el protocolo de la Internet se fue adaptando a la prestación de múltiples y variados servicios, entre los que se distinguen el e-mail (correo electrónico), el FTP, o protocolo de trasferencia de archivos y con la aparición del HTTP (hipervínculos), se instauró definitivamente entre los usuarios de esta novedosa herramienta, la modalidad de consulta “on line” que hoy denominamos “navegación”.

Los tiempos han pasado y hoy los contenidos que podemos acceder por la Internet superan cualquier previsión que pudieran haber llegado a concebir los creadores de este verdadero fenómeno técnico y social, que ha revolucionado no sólo las comunicaciones, sino incluso las formas de relacionarse de millones de personas en todo el mundo.

Música, imágenes, textos y videos pueblan la red, poniendo al alcance de la humanidad tanta información como esa misma humanidad, ha sido capaz de producir y descubrir a lo largo de sus millones de años de existencia.

Sin embargo y pese a las características “multimediales” de este nuevo espacio de comunicación global interactiva, aún hoy, el 80% del tráfico de contenidos que circula por la red, se compone de texto escrito. Así pues, la Internet, es antes que cualquier otra cosa, un enorme (casi infinito) receptáculo de textos escritos en todos los idiomas y dialectos que se hablan en el mundo, abarcando esos mismos textos, todas las actividades e intereses que nos alcanzan a los seres humanos en la actualidad.

Una enorme biblioteca interactiva global, accesible para cualquier persona que cuente con una simple conexión a la Internet, es la principal diferencia que existe entre la red de redes y los demás medios masivos de comunicación social basados en el criterio de “broadcast” como la radio y la televisión. En estos últimos la capacidad de elección del usuario queda siempre supeditada a los contenidos que el operador “difunde” según sus preferencias, generalmente condicionadas por factores económicos relacionados con las reglas del libre mercado.

Si bien el “espectador” siempre podrá elegir el momento de “cambiar de canal”, las opciones de su elección, siempre se encontrarán dentro de una limitada oferta, que podrá ser mayor o menor, en términos de variedad, conforme a la capacidad del bolsillo de cliente-usuario-espectador.

Esta situación pone en manos del director de programación de un canal de televisión la responsabilidad y también el poder, de elegir el tenor de los “programas” a los que podrán tener acceso o no, millones de personas.

Por el contrario, la Internet se asemeja palmariamente al mundo de la literatura. Donde existe todo tipo de contenidos, tanto desde el punto de vista de su calidad, como de su moralidad, pero en este caso, la elección de los mismos recae en un 100% en el “navegante – lector – espectador” que es quien comanda su propio “mouse”, decidiendo de esta forma, cuando y donde “clikear” que es lo mismo que elegir libremente “que” es lo que desea ver y “cuando” lo desea ver.

A esa casi ilimitada libertad de elección, la Internet suma una cualidad más que le es propia, esta es la posibilidad de interactuar con el medio, es decir, que suma a la posibilidad de elegir, la posibilidad de participar: publicando sus opiniones y comentarios, “subiendo” sus fotos y videos, integrándose en las múltiples redes sociales, conversando con otras personas, estudiando, comerciando o simplemente informándose. Toda una revolución tecnológica y social que se produce derribando fronteras y eliminando las distancias y con ellas también el tiempo.

Curiosamente, en las postrimerías de la guerra fría y desde el corazón mismo del poder hegemónico militar y financiero mundial, surgió para los pueblos, una invaluable herramienta para la transformación social, herramienta, que como el libro, puede constituirse en el arma más poderosa de los defensores de la libertad, porque como éste, sirve para propagar, sostener y popularizar el conocimiento, la ciencia y la cultura.

Cierto es, que en este nuevo “espacio virtual”, el ser humano, como tal, ha volcado también todas sus miserias. El tráfico de contenidos pornográficos, la posibilidad de concebir y concretar todo tipo de delitos y bajezas, es una realidad que aumenta cada día. La Internet es una creación humana y como tal, no puede estar exenta de los defectos propios de la humanidad.

Pero justamente aquí es donde reside nuestro mayor desafío. Un nuevo espacio, una nueva dimensión, se abre a la conquista de la humanidad. Estará en nosotros el saber luchar por conquistar y ocupar ese espacio con actividades y contenidos sanos y productivos o en cambio ceder ese espacio de invalorables posibilidades, a quienes pueden llegar a hacer del mismo, un peligrosísimo vector de la desintegración social.

Mucho decimos sobre la calidad del mundo que deseamos legarle a nuestros hijos, pues bien, el espacio virtual es ya una parte indisoluble de ese mundo que habitarán las futuras generaciones, tratemos desde hoy de cuidar con esmero del mismo. No permitamos que se degrade su impresionante potencial cediendo posiciones ante el avance inescrupuloso de los mercaderes de todos los vicios y hagamos de esta nueva herramienta, un bastión de la cultura universal, que consolide la hermandad de todos los pueblos.

Ing. Guillermo Meana

Fuente: DPTO. DE TECNOLOGÍA SOCIAL Y EDUCATIVA
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